
En general, a esta altura de los acontecimientos, la mayoría de los analistas y observadores de la realidad mundial se encuentran convencidos de que estamos atravesando un período de transformaciones. Concretamente, asistimos a una profunda re-configuración de la correlación de fuerzas económicas y políticas a escala internacional; la región latinoamericana, en general, y la nación argentina, en particular, forman parte de estas transformaciones, y se ven afectadas por ellas: en consecuencia, deben comprender las reglas del juego en el que están inmersos, para así maximizar las potencialidades de su desarrollo.
Ese juego, el punto de vista económico, sigue siendo el mismo desde hace más de dos siglos: gana quien agrega valor y lo distribuye de acuerdo a criterios de autodeterminación económica, integración social y soberanía política; pierde aquella nación que desintegra sus cadenas de valor, resigna el crecimiento de su mercado interno y claudica en el desarrollo de los sectores productivos estratégicos.
Las economías emergentes lideran el crecimiento mundial, lo que constituye una gran noticia, porque permite, entre otras cosas, acortar la brecha que nos separa de las naciones más avanzadas, cuyos estándares de vida anhelamos. En la última década, las economías emergentes han crecido 6,5 veces más que las que conforman el Grupo de las 7 naciones más industrializadas; y si acortamos el período, circunscribiéndolo a lo acontecido desde 2007, cuando se desata la crisis internacional, la brecha asciende a más de 20 veces.
Mejor noticia aún significa constatar que Latinoamérica, desde el comienzo de la crisis global, ha crecido 12 veces más que las economías mayormente desarrolladas; y, dentro del cuadro regional, nuestra economía ha tenido uno de los más elevados desempeños, tanto cuantitativa como cualitativamente hablando. En una década nuestro país acumula, entre otros resultados, un crecimiento de su valor agregado mayor al 80%, una expansión industrial mayor al 100%, un crecimiento de las exportaciones que supera el 200%; al tiempo que ha podido crear más de 5 millones de puestos de trabajo y reducir la tasa de desempleo a menos del 8%, mejorando la distribución del ingreso, aunque tenemos un largo camino por recorrer hasta lograr una justa y equitativa distribución del ingreso.
Pero crecer no es un camino de hadas, en cuyo transcurso los problemas estructurales acumulados por décadas de des-desarrollo económico se resuelven espontáneamente. El crecimiento es una condición necesaria del desarrollo económico pero no la única. Para producir el desarrollo la fórmula es: crecimiento + justicia = desarrollo.
Resulta imprescindible tener presente que la consolidación y sostenimiento en el largo plazo de un sendero de crecimiento, obliga a prever y a resolver las tensiones que el mismo crecimiento genera. Tensiones como las que se vienen produciendo en argentina, en distintas materias económicas, como son la dependencia excesiva de importaciones con alto valor agregado, la restricción externa que finalmente acarrea esa dependencia, la estructura tributaria, la configuración de mercados básicos, las pujas distributivas, la competitividad de la economía, etc.
Un ejemplo (sólo uno) ilustra el carácter de nuestros desafíos, y la necesidad de abordarlos desde una óptica histórica general, económica, política, técnica e institucional: me refiero a la cuestión de la estructura tributaria y su necesaria adecuación a las exigencias del desarrollo.
Como ilustran Gustavo Ludmer y Mariana Benigni, de Sidbaires (www.sidbaires.org.ar), la estructura tributaria presenta importantes modificaciones de los últimos años; pero es imprescindible avanzar en transformaciones ulteriores, de forma tal que su composición exprese un financiamiento equitativo del gasto público.
Por ejemplo, el IVA ha dejado de ser un impuesto que solventa excesivamente los gastos del Estado y los derechos de exportación han pasado del 0,1% en los ’90, al 10,6% en los últimos tres años, aunque el impuesto a las ganancias se mantiene alrededor del 19%.
Por supuesto que la estructura tributaria se corresponde con el modelo que la sustenta. Es decir, que es un tema económico que requiere decisión política.
Nunca debemos olvidar que la fiebre del crecimiento es algo muy diferente a los reumas de la vejez, o la parálisis del estancamiento. De olvidar esta premisa, ponemos en juego el diagnóstico presente tan necesario para los desafíos del futuro. Y las tensiones y turbulencias que sufrimos no se solucionan sacrificando el crecimiento (como proponen arcaicos economistas), sino a través de transformaciones que permitan profundizarlo.
La incertidumbre es mucha y los desafíos son mayúsculos, pero el desarrollo económico con integración social nos impone quemar las naves y no volver al pasado.
Enlace | Publicado en el Diario La Capital de Rosario – 19/09/2012