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De la mano de Elías, Cristina

No faltó nadie. Y eso está claro que lo colmaba de emoción. En una noche histórica, el locuaz Elías Soso, presidente de la Asociación Empresaria desde la década del ’80, admitió al iniciar su discurso por los 75 años de la entidad, que como nunca le temblaron las piernas. No era para menos, en la cena de gala del City Center, lo miraban desde el escenario la Presidente Cristina Fernández de Kirchner, flanqueada por el Gobernador Hermes Binner y el intendente Miguel Lifschitz, Débora Giorgi, Ministra de la Producción (a quien Soso, siempre afilado, presentó como “señorita”), Osvaldo Cornide (presidente de CAME) y el diputado nacional por el FPV de Santa Fe, Agustín Rossi.

Para Soso, y los invitados presentes , que superaban el millar en el salón más importante podrán asegurarlo: por momentos parecía que no hubiera nadie más. Blanco de todas las miradas y todos los elogios de el veterano empresario local, la Presidenta fue su pareja soñada en una hipotética elección de reyes del carisma que valga sólo para la emblemática noche del City Center.

Fue la noche de Elías, como lo saludaban cariñosamente empresarios y amigos de todos los sectores. Hasta Binner se permitió un chascarrillo al decir que era “casi un presidente honorario, parte del inventario de la asociación”. Sería lo único remarcable del discurso del Gobernador, ya que habló aún menos que en el aniversario de la Bolsa de Comercio. Según trascendió, fue por la agenda presuntamente ajustada de la presidenta. Minutos más tarde sucedería lo contrario.

Fue la noche de Soso. Saludó casi uno a uno a los centenares de invitados que se acercaron. Charló con el intendente, secretarios, ministros provinciales, funcionarios nacionales con base en Rosario, y legisladores de diferente rango y sector político. Habló poco, pero muy emocionado. Nombró a una generación de empresarios activos, entre los que destacó a Federico Boglione y Roberto Paladini. “Una savia nueva” para la entidad, allá por los ‘80s. Despotricó, para deleite de la primera mandataria, contra los años negros de (el ex ministro de Hacienda José Alfredo) Martínez de Hoz en el que el “silbar gratificante” de la industria se comenzaba a apagar. Proceso que continuaría durante dos décadas más. Proceso que tiene su correlato actual, con el caso de Paraná Metal, sobre el que no se dijo ni una palabra. “Ese modelo, mereció enjundia”, sentenció Soso. Recorrió los “años de lucha por la Pyme”, junto a Osvaldo Cornide y llamó a que Argentina no dependa de las grandes potencias. Se alegró de que “casi todos seamos desarrollistas”. Y no paró de darle gracias a todos los presentes.

También fue la noche de Cristina. Entregó certificados de elegibilidad para dos empresas locales: Basso y Garro Fabril y se volcó a lo que mejor le cabe. Célebre por sus atributos para la oratoria, la Presidenta casi no respiró: hizo enrojecer a Lifschitz con un guiño de complicidad al recordarle el proyecto de los feriados nacionales, con el viejo pedido de que el 20 de junio sea inamovible, habló de datos de la marcha macroeconómica en la que volvió a mencionar las “tasas chinas” de crecimiento, el récord de reservas netas del Banco Central (51mil millones de dólares), el crecimiento del turismo “emisivo”, el alto porcentaje de turistas de Chile y Brasil entre los visitantes de turismo receptivo y se dio maña para pedir “buena onda”. AL criticar los pronósticos que hablaban de aumento alarmante de importaciones de trigo, carne, leche “y qué se yo cuantas cosas más”, la Presidenta bromeó al decir “imagínense, este crecimiento se da en medio de toda esta mala onda. Si pusiéramos buena onda, quién sabe dónde llegaríamos”. La respuesta buena onda no se hizo esperar: aplausos.

Tras romper todo código de ceremonial, la Presidenta no sólo se quedó a la cena. Cruzó el vallado VIP y se transformó en la pesadilla de todo custodio: empezó una recorrida titánica para saludar a los presentes, mesa por mesa. Ni lerdo ni perezoso, Soso la rescató y de la mano, como dos adolescentes, surcaron de izquierda a derecha todo el salón, envueltos en una maraña de comensales que los siguieron con lluvias de flashes de teléfonos y cámaras digitales de todo tipo y tamaño.

Los dos reyes de la noche. Ella, con indisimulable empatía por el hombre al que todos querían estrechar la mano, desde empresarios de la construcción, almaceneros, bancarios o supermercadistas. De Grupo Trascender o de Grupo Norte. Él enamorado de un modelo que sostiene, apunta al desarrollo de la industria y la fortaleza del mercado interno. Galante, le regaló su mundo por una noche. El trabajo de poco menos que toda una vida.

Color. Al toque de color lo dieron dos mujeres: la senadora nacional Roxana Latorre, incorporación definitiva al ala oficial, enfundada en un trajecito verde esmeralda, compartiendo mesa con el ministro de Gobierno Antonio Bonfatti, el de Obras Públicas, Hugo Storero y el de Producción, Juan José Bertero. La otra fue la desafortunada edila Laura Weskamp, del Pro. Llegó elegante como siempre, pero tarde. Y el asesor encargado de ubicarla transpiró cual maratonista hasta que le encontró lugar, en medio del discurso presidencial.

Los momentos «Kodak», no fueron pocos, pero sí cargados de nerviosismo. No hubo, en todo el recorrido de los asistentes, un solo control o detector de metales. Eso explica el nerviosismo de los guardaespaldas, que no sabían como proteger a la primera mandataria sin ser groseros con los cientos de empresarios (y empresarias) que querían la fotito con la presi. «Todos la critican pero después quieren la foto», protestó uno de ellos, cámara en mano. Típica. Otros, como el flamante embajador honorario de Umbria, Miguel Milano, se regodeó. Es la segunda foto que tiene con CFK. Todo un orgullo.

Fuente | ON24