Por Elías Soso
Es posible que cuando los 18 de abril de cada año, día del fallecimiento de Arturo Frondizi en 1995, los devotos de su pensamiento y de su acción volvemos a exaltarlo como el dirigente nacional más luminoso de la segunda mitad del siglo XX, algunos nos consideren como los exponentes reiterativos del sectarismo y otros, los más jóvenes, aunque nos escuchen con buena voluntad, interiormente piensen que les estamos hablando de un personaje con telarañas del pasado que poco o nada puede contribuir a esclarecer los problemas de hoy en día.
Conviene precisar entonces, que estas líneas no pretenden ser un homenaje nostálgico o el agradecimiento emotivo hacia un liderazgo que en su momento nos deslumbró, sino que para traer de nuevo a Frondizi nos movilizan razones políticas concretas que pueden resumirse en dos dimensiones: lo que hizo en las condiciones en que lo hizo y la docencia que generó lo que hizo, que en nuestra convicción se equivale con un método con total actualidad para perseguir la edificación de un país que quiere ser Nación en serio.
Lo que hizo y sus condiciones: Arturo Frondizi presidió Argentina durante 1428 días, desde el 1º de mayo de 1958 hasta la madrugada del 29 de marzo de 1962, en la más asombrosa contradicción de un gobierno que conmovió profundamente la estructura y un ejercicio del poder que durante el período fue condicionado y jaqueado, como que soportó 26 planteos militares y 6 intentos golpistas, lo que arroja un promedio de un intento de liquidación o recorte del poder cada 40 días corridos.
En ese marco agónico, el Presidente constitucional acechado erigió una política específica que multiplicó por 3 la producción de petróleo y por 5 la producción de gas, logrando sobre fines de 1961 el autoabastecimiento energético con demanda a pleno; por otra política específica llevó la producción de acero de 240.000 toneladas en 1958 al millón de toneladas en 1961; por otra política específica desgravó la incorporación de maquinarias y de agroquímicos a la producción del agro y fundó las industrias masivas de la maquinaria agrícola y la petroquímica; por otra política específica multiplicó por 4 los despachos a plaza cemento y agregó 10.000 kilómetros a la red vial; y por otra política específica fundó la industria automotriz, hasta el punto que 43 años después de su derrocamiento, un economista objetivo como Juan José Llach consideró que el impulso creativo del sector pecó por “sobredimensionado”.
Frondizi cambió la radiografía económica argentina por la incorporación de una política industrial consciente y direccionada, como lo afirmaron después de su demencial derrocamiento líderes industriales que nada tuvieron que ver con el frondicismo partidista, (Roberto Rocca, antecesor de Paolo Rocca en el holding Techint: “Argentina siempre careció de una política industrial excepto en los tiempos de Frondizi”, Clarín 01/09/1996; Luis María Blaquier: “En 1960 se inició el período de crecimiento industrial más importante del siglo, cuyos efectos se prolongan hasta 1974”, Arturo Frondizi, “Historia y problemática de un estadista”, Tomo V, año 1993).
No todos fueron logros espectaculares en el plano económico: desde 1960 no existió desocupación y desde 1961 se registró insuficiencia en la oferta de mano de obra calificada. El núcleo funcional de la ley de sindicatos de Frondizi perdura al cabo de cinco décadas y las iniciativas ligeras para intentar modificarlo traerán la anarquía de la representación y el aumento de la virulencia intersectorial. El máximo ejemplo de la inconsistencia acechadora: en 1958 se sancionó la ley de educación de gestión privada y la reacción pareció que incendiaba al país, pero después de 54 años de vigencia no existe en el Congreso ningún proyecto que propicie su derogación.
La docencia generada por lo que hizo Frondizi en las condiciones en que lo hizo: selecciono sólo tres entre muestras:
Para lograr el abastecimiento de petróleo Frondizi contradigo lo que antes había escrito en su libro “Petróleo y Política”. Para lograr el récord del millón de toneladas de acero apeló al auspicio de las acerías privadas, contradiciendo su empecinamiento como diputado nacional en 1947 en pro de que “Somisa” fuera mayoritariamente estatal y enfrentando al Ilustre General Manuel Savio, que representaba al Presidente Perón para la procuración de la ley.
Respecto a la primera contradicción declaró, (poco más, poco menos), que rifaba su presunto orgullo intelecual y que se rectificaría siete y setenta y siete veces si lo requería el interés objetivo de la Nación.
Sobre la cuestión del acero fue más categórico y después que lo derrocaron declaró: “A la distancia no puedo menos que reconocer que el General Savio estaba en lo cierto y yo era el equivocado”, (diario “La Opinión” del 21/06/1972, pag. 22).
Conclusión: Frondizi nos enseñó que no traiciona el que abandona una idea, sino el que se aferra a ella aún cuando se verifica equivocada, y si esto es válido en cualquier orden tanto más lo es cuando se ejerce la primera magistratura de un país que aspira a ser Nación, porque las naciones no tienen veleidades ideológicas sino intereses concretos.
Desde antes de 1958/62 a través de la revista “Qué”, y luego desde el gobierno accidentado, con Frondizi se afinó y se consolidó la teoría y la praxis del Desarrollo en todos sus elementos constituyentes: su distinción cualitativa con el “crecimiento”; el insustituible rol del Estado para impulsarlo y acelerarlo que nunca puede confundirse con el Estado elefante normal y retardatario; la función positiva del capital extranjero para la financiación y el reaccionarismo de los que lo combaten ensayando un nacionalismo de medios; la artificiosidad del “loteo” de la tierra son pretextos de la “reforma agraria” y la falsedad del dilema entre el país agrario o la nación industrial, trayendo incluso como ejemplo a los Estados Unidos desde agricultura e industria se refuerzan y se potencian mutuamente.
Conclusión: en esta Argentina del 2011 y en la que vendrá, y cada vez con mayor intensidad, el desarrollo constituye un dato de identidad de la Nación real, y su teoría y su ejecución referencia a Frondizi con la misma fuerza con que la justicia social se identifica con Perón.
La tercera conclusión la extraigo de una vivencia personal inolvidable:
A Frondizi lo arrojaron del gobierno porque en los comicios de marzo de 1962 cumplió con su compromiso de levantar la prescripción que pesaba sobre el peronismo, y pese a que el desarrollismo triunfó en la gran mayoría de los distritos electorales, bastó que el “golpismo” armado y civil amenazara con el estallido del país. El presidente se quedó sin otra alternativa que la intervención a las Provincias del triunfo peronista, adquirió patente de defraudador electoral y terminó derrocado y preso en la isla Martín García.
Andado el tiempo vino a Rosario y pude formularle la pregunta que me atragantaba: “Don Arturo, si nos iban a voltear lo mismo, ¿por qué intervino las provincias y nos privó de irnos con todo el calor popular del pueblo peronista?, no vaciló ni un minuto en contestarme: “Porque no contaba ni con un vigilante que respaldara para hacer respetar los resultados y habría provocado un baño de sangre peronista, siempre en la misma situación volvería a hacer lo mismo”.
Fue otro anticipo, después la sangre peronista se derramó multiplicada en el país, pero allí aprendí que Frondizi tenía por la vida humana la misma religiosidad que Yrigoyen cuando proclamó que “el hombre es sagrado para el hombre”.
He intentado diseñar a un gran político argentino del futuro, utilizando a un prototipo que se llamó Arturo Frondizi y murió el 18 de abril de 1995.